jueves, 1 de septiembre de 2011

Cuatro Suicidas.

Todo el mundo en la ciudad es un suicida.
Charly Garcia.
El otro día, un amigo me preguntó el por qué aun no había escrito  un cuento sobre el suicidio. Le respondí que, en efecto, si había uno: mi primer cuento. Yo no había sentido jamás la necesidad de suicidarme, por lo que el texto carecía de  esa fuerza que le dan las experiencias reales a las grandes ficciones. Quizás en el futuro la experimente y de ahí la pueda reescribir con más veracidad, le dije.   No había pensado en eso hasta hace un par de meses, cuando escribía un pequeño texto que me pidieron sobre la  vida, obra y muerte del cantante Kurt Cobain, para una revista mensual de música. Puse, uno de sus discos. Tengo la discografía completa. El texto comenzaba así:
 Escuchaba a Nirvana día y noche, eran todo para mí  en  esa etapa  dolorosa que  fue mi adolescencia. Aunque no entendía nada de sus letras,  me apasionaba la fuerza de su música.
No puede seguir escribiendo. Dejé que el computador  pusiera las canciones al azar.  Cuando me bloqueo con un texto tomo un libro y casi siempre, eso me saca del bloqueo mental. Tome al azar un libro de mi estantería de los no leídos o los nunca terminados. Esa era la clasificación.  Era un pesado volumen de Foster Wallace, leí un capitulo que habla sobre una chica drogadicta. Y retomé el texto  con información trillada, pero infaltable en cualquier artículo que rememorara al buen Kurt.
Kurt Cobain, originario  de Seatle,  líder de la banda Nirvana, y creador celebérrimo del Grunge forma música que se apodero de los años noventa, un genero musical  novísimo, tremendamente libre y  molesto con las formas clásicas.    Cobain, irreverente rockero y adicto a las drogas,  se quitó la vida hace quince años,  con un tiro de escopeta en la cien.   Su legado: la obra musical juvenil más original de los últimos veinticinco años.
En ese momento, detuve la escritura, prendí un cigarro, a pesar de que hacia dos meses  había dejado de fumar con mucho esfuerzo. Pensé en la adicción. Pensé en la infancia  de Cobain, marcada por el divorcio de sus padres,  de una u otra forma parecida a la mía.  Sonó la canción Litium  y continué escribiendo:
Su obra: una metáfora sobre las consecuencias de la infancia perdida, de las drogas, la rebeldía y la genialidad musical.   Uno de los tratamientos  que recibió por su hiperactivdad, desde su infancia,  fue el litio. Sus efectos fueron inmortalizados en su canción Litium, de su primer álbum Nirvana.   En su admirable y conmovedora nota de suicido,  dejo dicho que sus intenciones suicidas lo persiguieron desde siempre,  su deseo de autodestrucción y su pasión por la música,  siempre fueron de la mano por ese estrecho y oscuro pasillo que fue su vida.
En una de sus canciones Kurt dijo,  I hate my soul, and I want to die”  toda esa fuerza, todo ese odio, toda esa genialidad, se volcó en ese estridente y a la vez melódico  sonido, propio del vacio de la muerte, hipnótico, desquiciante, el sonido de Cobain, permanecerá mas allá de su vida, la música.
Recordé que cuando escuchaba a Nirvana, me emborrachaba solo, en mi habitación, con el licor más barato, luego saltaba, febril y desquiciado, era mi particular forma de soportar lo duro de mi vida. Pero no solo era un borracho, también leía muchas cosas,  veía películas mexicanas en blanco y negro. Lo mezclaba todo en mi mente y así, mi realidad pasaba a segundo plano. El resultado surrealista era un film donde Pedro Infante  y demás actores recitaban poemas de Burroughs y T.S. Eliot, con Nirvana como música de fondo.   Mis colegas de la revista no eran muy exigentes y deje el texto así. Retome la lectura de Foster Wallace, que termine esa misma tarde. Ese libro La broma infinita, me había costado mucho al principio, la primera vez que lo empecé no logre llegar a la mitad, y lo dejé  para posteriores lecturas.  Al terminar mi lectura, sentí  la necesidad de escribir acerca de Foster Wallace:
David Foster Wallace, nació en Ithaca Nueva York  en 1962, escritor de gran originalidad, estigmatizado como el cronista del malestar de Estados Unidos, sufría de grandes depresiones,   que lo llevaron en 2008 a ahorcarse en su casa de California.
Escribir sobre Foster Wallace, resulta una broma,  miserable y breve; muy breve si se compara con la monstruosa cantidad  y calidad de su novela La Broma infinita, de más de 1200 paginas. En esta gran novela,  Foster Wallace, hilvana una alegoría futurista,  plagada de seres adictos, a una u otra cosa.  Destacan los innumerables farmacodependientes, y borrachos, seres que han dejado parte de su alma entregada al vicio que los mantiene y los destruye a la vez. Además, Foster ha creado un personaje llamado James Incandeza, cineasta adicto a su propio arte, que me resulta una suerte de   Andrés Caicedo consumido  por su deseo de ser  director de cine, con diferente locura, pero igual mente atormentada y genial.
En este punto detuve de nuevo la lectura, al darme cuenta de que había mencionado a Andres Caicedo,  de quien también valía la pena escribir, así que honrando la memoria de ese muchacho también escribí esto:
Andrés Caicedo,  nació y  murió en Cali Colombia, a sus   25 años se quitó la vida, tragándose  60 pastillas de seconal. Cinéfilo y  escritor.  Su obsesión más grande eran las imágenes en movimiento, las historias, es decir el cine.  Veía películas hasta hartarse ópticamente,  razón por la que usaba magnánimos lentes.  En algunos de sus escritos, desperdigados al azar,  dejó claro que “vivir más de veinticinco años es una vergüenza”.   Su obra literaria cumbre, es “¡Que viva la música¡” una novela  rebosante de originalidad y del demonio salvaje que guía  a los espíritus  de la juventud.   Otra de sus obras es la novela inconclusa, Noche sin fortuna, que fluye con  un lenguaje fresco, producto de roce directo con la urbanidad mas vernácula.  Ambas novelas, pintan para guion cinematográfico,  y no es de menos pues la mayor influencia de Caicedo era el cine.

Una vez más deje la escritura ahí. De pronto, fue como si se estuvieran alineando cuatro astros, una suerte de epifanía, estaba escuchando a un suicida, leyendo a aun suicida que a su vez me recordaba a otro suicida.
El arte implica un sacrificio a menudo ignorado por aquellos que se plantan frente a él.  Aunque sea bello, no todo el arte es resultado de una bella experiencia. El gran arte, secunda a un gran sufrimiento que, si es auténtico,  jamás se puede sondear a cabalidad, solo quedan las obras,  pinceladas en un lienzo, una suerte de palimpsesto metafísico. Como en todo suicidio, se ignoran las causas fundamentales del hecho.  En estos tres suicidas, percibí los hilos que movieron las manos excesivas a finalizar con sus vidas: el genio,  la obsesión, el arte, las drogas, el vacío.
Hoy, que me sentí terriblemente angustiado por el futuro incierto y doloroso, supe inmediatamente que ya estaba experimentando la sensación capaz de dotar de autenticidad mi viejo relato sobre el suicidio. Los de la revista me dijeron que no publicarían ni mi viñeta sobre Kurt, ni sobre Foster Wallace, y que tal vez en otra edición publicarían aquella sobre Caicedo. Ya no me importaba, comprendí, instantáneamente que es la clase de sensaciones que no te deja escribir sobre nada,excepto sobre su misma esencia.

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