domingo, 25 de septiembre de 2011

Miguel Ángel Asturias, casi escultura.


Municipalidad de Guatemala
“Matemos a Miguel Ángel Asturias”
Mario Roberto Morales.
“Yo escribo sobre Asturias, porque Asturias escribió, Hombres de Maíz.”
Luis Cardoza y Aragón.

En la avenida La Reforma, en la ciudad de Guatemala,  se erige  la escultura que el artista Max Leiva, realizó en conmemoración del centenario del nacimiento del premio Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias. La escultura en bronce,  muestra a un  Asturias imponente, austero y barrigón, una escultura muy realista y dinámica, pero que, como otras obras  de arte desperdigadas por la ciudad, terminan fundiéndose con el paisaje.
Cuando estudiaba el ciclo de educación básica, (que a decir verdad es una exageración llamarla básica),  me dijeron: “ya te va a tocar leer El Señor Presidente” Lo decían, con un  deleite sádico; para ellos había sido una tortura.  Conforme avanzaron los años, nunca leímos a Asturias.  Leímos en cambio, un librito, “Café de Artistas” del otro Nobel Camilo José Cela ¿?...
A Asturias lo leí después, en el bachillerato, por cuenta propia, me gustó mucho, especialmente,  Hombres de Maíz. Leí  todas sus novelas, he olvidado algunas, pero solo releería Hombres de Maíz.
Naturalmente, leí la Obra de Mario Roberto Morales,  después de leer a Asturias, y también disfruté de su grito parricida (en el epígrafe de arriba), una suerte de homenaje  que reclamaba nuevas y originales voces.
La escultura de Asturias, es intimidante, como  su obra, plantarse frente a ella, equivale a sentir que serás arrollado por un gigante. Y en muchos casos, eso sucede. El maestro en la escuela, te deja obligatoriamente que leas Leyendas de Guatemala, que hagas un resumen, y luego te hace un examen, el resultado: odias a Miguel Ángel Asturias por el resto de tu vida. La mala educación te lleva a malas conclusiones.  
El otro día, estaba en una de esas hermosas librerías de Guatemala, ubicadas en opulentos  centros comerciales, (donde no faltan las señoras emperifolladas y niñas “cool” comprando libros de vampiros enamorados), cuando escuche a una de estas señoras decirle a un encargado de tienda: Disculpe, tienen el libro, Hombres de Maíz, pero resumido, es para mi hija, y entre menos lea mejor, porque tiene muchas tareas.  La frase elocuente, me dejó un tanto perplejo, solo un tanto. Es de esperarse este tipo de ideas  frente a Asturias,  seguro que  a ella la obligaron a leerlo.
 Guatemala, siendo realistas, es un desierto de letras,  no tengo las cifras, tampoco me interesan, pero se que el porcentaje de lectores es bajo, el porcentaje de lectores de Asturias, más bajo;  se que entre los que han leído a Asturias, no todos reconocerían su rostro en una foto,  y me atrevo a pensar que menos lo reconocerían  en una escultura.
 De las manos de Asturias-escultura, están sujetos dos libros, que dejan caer hojas hasta el suelo: las hojas sueltas, la palabra de Asturias regada tras su paso, como lluvia sobre este suelo desértico.
Hoy, he pasado frente a la escultura y reparé inmediatamente en la ausencia de las hojas de bronce, noticia recientemente comentada con un amigo en el Club de lectura virtual Los Buc Buc. Todos lo lamentamos. De la mutilación de la escultura, se ha dicho: “es una mutilación de la capacidad de pensar”, o “la paradoja que ridiculiza  nuestra intelectualidad contemporánea”.
 Debo ser honesto, la escultura mutilada me ha gustado más así, la dota de un nuevo significado: las hojas están ahora, sujetas a las manos de Asturias-escultura, libres de ser pisoteadas por la mala educación, cercanas a él, que nos invita a buscarlas, a llegar a ellas voluntariamente.
Se dice, que las hojas  de bronce fueron cortadas por personas que recolectan metales para reciclaje.  Yo, por mi parte, no estoy tan seguro, me gusta imaginar, que fue alguien, que, como los primeros cristianos, se acercaban a cortar un trozo del madero donde murió  Jesús,  o como los inocentes turistas que llegaban a la Gran Muralla China y se llevaban una piedra como suvenir, o los románticos que guardan un poco de arena de cada playa que visitan. Nadie que le quite un grano de arena a la playa, destruye la playa.  La naturaleza, busca su equilibrio.
Me he extendido demasiado, así que termino ya con palabras de quien mejor escribió sobre Asturias, Luis Cardoza y Aragón (a quien personalmente admiro más)  que en su libro Miguel Ángel Asturias Casi Novela, dijo sobre el Nobel: “Aplaudirlo todo o desecharlo todo es  tontería y cinismo”.  

martes, 13 de septiembre de 2011

Lector invisible


Escribir para un lector invisible es el único objetivo recomendable para no perder la serenidad en la escritura.

La caricia


Su amada esposa  lloraba inconsolable.   La tragedia se  instaló profundamente en su hogar.  Él, inmóvil,  sentía mucho más fuerte  ese dolor. Compuso su traje plagado de distinciones. Se  acercó, sigiloso,  estoico, y   la  abrazó con su frialdad habitual. Con  la mano un tanto temblorosa procuró una caricia en la espalda de su  mujer. Ella, súbitamente, la  rechazó. Quería seguir inalterable llorando  a solas.  El viejo se sintió humillado cuando supo que sus  manos eran tan  torpes  para acariciar,   incapaces de deslizarse  sin herir. Manos  duras  y  toscas que  no sabían  más que propinar golpes, bofetadas; que solo  sabían  manejar  armas, apretar gatillos;  sabían exclusivamente (y lo sabían muy bien)  estrangular  y violar, sin embargo, eran incompetentes para dar  una sencilla caricia, un inútil consuelo del cuerpo para el alma.  Respiró   profundamente  y, aunque  en seguida  la vergüenza fuera insoportable, se odiara  y tuviera que suicidarse, dejó que sus  manos   hicieran con su esposa, lo que mejor sabían  hacer. 

lunes, 5 de septiembre de 2011

Transformaciones

El tema de las transformaciones siempre me ha interesado, desde mis incursiones  de infantil curiosidad en la naturaleza, cuando cazaba renacuajos, esperando ver su proceso de metamorfosis. Tristemente solo cause la muerte de los pobres animales; lo cual también era una transformación.
Posteriormente  durante la adolescencia me encontré,  o me encontró a mí, el clásico de  Franz Kafka: La trasformación,   traducida como La metamorfosis, donde asistí  a la  trasformación de un hombre, mecanizado por su rutina social, a un insecto repulsivo e incomprendido, que será para mi siempre una metáfora de la condición humana. La metáfora misma es una trasformación.  
En esta línea de transformaciones, está el perfomance de Sagazan, (dejo un video abajo). La obra de Sagazan,  esta cruzada en toda su extensión por sentimientos sobrecogedores, inducidos por el enfrentamiento  directo con el sufrimiento, el dolor y la muerte. La primera vez que vi un performance de Oliver de Sagazan, sufrí una especia de ahogamiento sinestesico, del que no pude apartar la vista. El artista hace una trasformación física y metafísica, renuncia y  destruye su imagen corporal y, crea, guiado por la improvisación autentica, una oleada de emociones en los espectadores, que van desde repulsión hasta el goce estético.
Todo el universos es el resultado de una misteriosa transformación, toda todo el misterio de la vida esta ligado a  un conjunto de millones de trasformaciones químicas.  Y hay componente fascinante en ese salto.  “La materia no se crea ni se destruye, solo se transforma”, es la epifanía más grande que he encontrado en la ciencia.
Toda transformación implica una muerte, y como tal genera el miedo  o la atracción  de hacia lo desconocido. El arte, en esencia, es una transformación.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Cuento conceptual.

Este texto esta, esencialmente oculto, trata sobre el descubrimiento de la bellaza en la soledad. Si desea leerlo dibuje un rectangulo, dentro dibuje una flor, imagine dotar ese dibujo a tres dimensiones, encienda su cronómetro, dotándolo así de una cuarta dimensión, ahora, abra comillas y describa en su mente todo lo que vea, cierre comillas. Ahora puede, leer todo en voz alta, o baja si  así lo prefiere.

Cuatro Suicidas.

Todo el mundo en la ciudad es un suicida.
Charly Garcia.
El otro día, un amigo me preguntó el por qué aun no había escrito  un cuento sobre el suicidio. Le respondí que, en efecto, si había uno: mi primer cuento. Yo no había sentido jamás la necesidad de suicidarme, por lo que el texto carecía de  esa fuerza que le dan las experiencias reales a las grandes ficciones. Quizás en el futuro la experimente y de ahí la pueda reescribir con más veracidad, le dije.   No había pensado en eso hasta hace un par de meses, cuando escribía un pequeño texto que me pidieron sobre la  vida, obra y muerte del cantante Kurt Cobain, para una revista mensual de música. Puse, uno de sus discos. Tengo la discografía completa. El texto comenzaba así:
 Escuchaba a Nirvana día y noche, eran todo para mí  en  esa etapa  dolorosa que  fue mi adolescencia. Aunque no entendía nada de sus letras,  me apasionaba la fuerza de su música.
No puede seguir escribiendo. Dejé que el computador  pusiera las canciones al azar.  Cuando me bloqueo con un texto tomo un libro y casi siempre, eso me saca del bloqueo mental. Tome al azar un libro de mi estantería de los no leídos o los nunca terminados. Esa era la clasificación.  Era un pesado volumen de Foster Wallace, leí un capitulo que habla sobre una chica drogadicta. Y retomé el texto  con información trillada, pero infaltable en cualquier artículo que rememorara al buen Kurt.
Kurt Cobain, originario  de Seatle,  líder de la banda Nirvana, y creador celebérrimo del Grunge forma música que se apodero de los años noventa, un genero musical  novísimo, tremendamente libre y  molesto con las formas clásicas.    Cobain, irreverente rockero y adicto a las drogas,  se quitó la vida hace quince años,  con un tiro de escopeta en la cien.   Su legado: la obra musical juvenil más original de los últimos veinticinco años.
En ese momento, detuve la escritura, prendí un cigarro, a pesar de que hacia dos meses  había dejado de fumar con mucho esfuerzo. Pensé en la adicción. Pensé en la infancia  de Cobain, marcada por el divorcio de sus padres,  de una u otra forma parecida a la mía.  Sonó la canción Litium  y continué escribiendo:
Su obra: una metáfora sobre las consecuencias de la infancia perdida, de las drogas, la rebeldía y la genialidad musical.   Uno de los tratamientos  que recibió por su hiperactivdad, desde su infancia,  fue el litio. Sus efectos fueron inmortalizados en su canción Litium, de su primer álbum Nirvana.   En su admirable y conmovedora nota de suicido,  dejo dicho que sus intenciones suicidas lo persiguieron desde siempre,  su deseo de autodestrucción y su pasión por la música,  siempre fueron de la mano por ese estrecho y oscuro pasillo que fue su vida.
En una de sus canciones Kurt dijo,  I hate my soul, and I want to die”  toda esa fuerza, todo ese odio, toda esa genialidad, se volcó en ese estridente y a la vez melódico  sonido, propio del vacio de la muerte, hipnótico, desquiciante, el sonido de Cobain, permanecerá mas allá de su vida, la música.
Recordé que cuando escuchaba a Nirvana, me emborrachaba solo, en mi habitación, con el licor más barato, luego saltaba, febril y desquiciado, era mi particular forma de soportar lo duro de mi vida. Pero no solo era un borracho, también leía muchas cosas,  veía películas mexicanas en blanco y negro. Lo mezclaba todo en mi mente y así, mi realidad pasaba a segundo plano. El resultado surrealista era un film donde Pedro Infante  y demás actores recitaban poemas de Burroughs y T.S. Eliot, con Nirvana como música de fondo.   Mis colegas de la revista no eran muy exigentes y deje el texto así. Retome la lectura de Foster Wallace, que termine esa misma tarde. Ese libro La broma infinita, me había costado mucho al principio, la primera vez que lo empecé no logre llegar a la mitad, y lo dejé  para posteriores lecturas.  Al terminar mi lectura, sentí  la necesidad de escribir acerca de Foster Wallace:
David Foster Wallace, nació en Ithaca Nueva York  en 1962, escritor de gran originalidad, estigmatizado como el cronista del malestar de Estados Unidos, sufría de grandes depresiones,   que lo llevaron en 2008 a ahorcarse en su casa de California.
Escribir sobre Foster Wallace, resulta una broma,  miserable y breve; muy breve si se compara con la monstruosa cantidad  y calidad de su novela La Broma infinita, de más de 1200 paginas. En esta gran novela,  Foster Wallace, hilvana una alegoría futurista,  plagada de seres adictos, a una u otra cosa.  Destacan los innumerables farmacodependientes, y borrachos, seres que han dejado parte de su alma entregada al vicio que los mantiene y los destruye a la vez. Además, Foster ha creado un personaje llamado James Incandeza, cineasta adicto a su propio arte, que me resulta una suerte de   Andrés Caicedo consumido  por su deseo de ser  director de cine, con diferente locura, pero igual mente atormentada y genial.
En este punto detuve de nuevo la lectura, al darme cuenta de que había mencionado a Andres Caicedo,  de quien también valía la pena escribir, así que honrando la memoria de ese muchacho también escribí esto:
Andrés Caicedo,  nació y  murió en Cali Colombia, a sus   25 años se quitó la vida, tragándose  60 pastillas de seconal. Cinéfilo y  escritor.  Su obsesión más grande eran las imágenes en movimiento, las historias, es decir el cine.  Veía películas hasta hartarse ópticamente,  razón por la que usaba magnánimos lentes.  En algunos de sus escritos, desperdigados al azar,  dejó claro que “vivir más de veinticinco años es una vergüenza”.   Su obra literaria cumbre, es “¡Que viva la música¡” una novela  rebosante de originalidad y del demonio salvaje que guía  a los espíritus  de la juventud.   Otra de sus obras es la novela inconclusa, Noche sin fortuna, que fluye con  un lenguaje fresco, producto de roce directo con la urbanidad mas vernácula.  Ambas novelas, pintan para guion cinematográfico,  y no es de menos pues la mayor influencia de Caicedo era el cine.

Una vez más deje la escritura ahí. De pronto, fue como si se estuvieran alineando cuatro astros, una suerte de epifanía, estaba escuchando a un suicida, leyendo a aun suicida que a su vez me recordaba a otro suicida.
El arte implica un sacrificio a menudo ignorado por aquellos que se plantan frente a él.  Aunque sea bello, no todo el arte es resultado de una bella experiencia. El gran arte, secunda a un gran sufrimiento que, si es auténtico,  jamás se puede sondear a cabalidad, solo quedan las obras,  pinceladas en un lienzo, una suerte de palimpsesto metafísico. Como en todo suicidio, se ignoran las causas fundamentales del hecho.  En estos tres suicidas, percibí los hilos que movieron las manos excesivas a finalizar con sus vidas: el genio,  la obsesión, el arte, las drogas, el vacío.
Hoy, que me sentí terriblemente angustiado por el futuro incierto y doloroso, supe inmediatamente que ya estaba experimentando la sensación capaz de dotar de autenticidad mi viejo relato sobre el suicidio. Los de la revista me dijeron que no publicarían ni mi viñeta sobre Kurt, ni sobre Foster Wallace, y que tal vez en otra edición publicarían aquella sobre Caicedo. Ya no me importaba, comprendí, instantáneamente que es la clase de sensaciones que no te deja escribir sobre nada,excepto sobre su misma esencia.