lunes, 17 de octubre de 2011

¿Qué es la realidad?

Regresé de mi viaje a Paris completamente contrariado. No había sido lo esperado. Los libros, las películas, las pinturas, la música, todo lo francés que ingerí durante años, formó en mi un Ideal de Paris. No quiero aburrir con detalles, me concentraré con mi experiencia en el Louvre. Elegí la carrera de arte, y  repase cuidadosamente, todas las obras que se exponen en el famoso museo, hice lo mismo  con El prado, El reina Sofía, y museo de Arte Moderno de Nueva York. Me consideraba  un experto en arte.
Antes de viajar, me topé con un viejo conocido, que no deseaba encontrar (todos tenemos viejos conocidos  que no queremos volver a encontrar, pensamos que el tiempo se los ha llevado, sin embargo, una red social, lo trajo desde aquella hermosa región del olvido). Nos saludamos, e inmediatamente comenzó a contarme sus experiencias por el mundo,  había trabajado para el gobierno y organizaciones no gubernamentales, me contó que estuvo en Paris, Roma,  Brandemburgo, Tokio, Buenos Aires, China, etc. Todos, países que yo desconocía, pero siempre había querido conocer.  Obviamente quería hacerme sentir envidia. Yo  sabía como evadirla, la envidia no era para mí. Mencionó los sitios turísticos de cada país, lo que cualquiera que vea programas de destinos turísticos podría mencionar. ¿Fuiste al Louvre? Dije casi cortante. Sí, por supuesto, todas las obras  de arte son hermosas, bellas, impresionantes, dijo. Luego le lance otra pregunta: ¿entraste a la Capilla Sixtina? Claro, es increíble, majestuosa. Y continuó así con otros adjetivos. Supe inmediatamente que no era un conocedor de arte. Y que cualquier cosa que le preguntara respondería que si lo conocía, y que le parecía hermoso.
Luego de ese encuentro desafortunado, pensé que solo  para un conocedor de arte, la experiencia de entrar al Louvre, le es provechosa.  Años más tarde logré viajar por mi cuenta, sin el auspicio de nadie, como debe ser, pero, como dije al inicio, la experiencia no fue más provechosa de lo que era estudiar los cuadros, uno a uno, en mis enciclopedias especializadas. Si, había sentido emoción al ver en “vivo” las obras, pero ¿que era eso? ¿Por qué el hecho de ver las cosas en “vivo” hace la experiencia mejor?  En este caso no había sido así,  ver La Gioconda, a dos metros de distancia, dentro de un vidrio anti refractario, no la hacía más interesante. Entonces pensé que, lo que realmente  nos hace sentir mejor la experiencia en “vivo”, es que estamos físicamente cerca de tener un contacto corporal, (es posible tocarla, en el mundo físico, pero obviamente nadie me dejaría hacerlo). Entonces,  si la cercanía nos hace sentir la obra, pero de todas formas solo accedemos a ella a través de una experiencia visual, la experiencia carece de sentido, o es, en todo caso, equivalente a  una reproducción en una enciclopedia, en una lámina, en un medio digital.
¿Cual era entonces el extra de ver en vivo la obra? ¿Era acaso el simple hecho de saber que la veía en vivo?, ¿que estaba frente a la obra real?  Es algo  mágico, me dijo una chica que la veía junto a mí. Entonces, mientras tanto, me pregunte  ¿qué sucedería si esta no fuera la obra real? Si han puesto una copia para preservar la original. ¿Quien notaria la diferencia a esta distancia, dentro de ese vidrio, y capaz únicamente de analizarla con la mirada que no siempre es de fiar? ¿Acaso la chica  sentiría la magia? Por supuesto que sí. Recordé el experimento que hicieron en la universidad unas compañeras de psicología: le dieron a probar el mismo tequila a una persona, pero diciéndole que uno era hecho en Guatemala y el otro en México,  como se esperaba, el tipo dijo que el mexicano era superior. Era un experimento sencillo para comprobar como nuestras ideas preconcebidas prevalecen sobre la experiencia sensorial.  No es difícil imaginar, que si hiciéramos el experimento dentro del Louvre, y le hacemos ver una Gioconda falsa y la original, sentiría exactamente lo mismo.  Lo único que me quedaba, ante la decepción de estar en el Louvre, era ver por más tiempo, llenarme de todos los detalles que no pudiese ver en los libros.  Pero, como cualquier detalle, termina difuminándose en la memoria. Al salir del Louvre, sentí, nostalgia por no poder seguir dentro y decepción porque no había sacado nada provechoso. ¿De que me servía recordar el olor del Louvre?
Persistía en mí la interrogante sobre la realidad. Años más tarde, únicamente  las fotografías de turista, podrían demostrar ante alguien que en verdad había estado ahí. Las mismas fotografías que cualquier turista se hace, todas distintas, pero iguales a la vez. Yo, en primer plano, y la torre Eiffel al fondo. Y si presentase un fotomontaje: yo en primer plano y las pirámides de Egipto al fondo. ¿Quién, que no me conociera de cerca, podría negar que estuve ahí?
 En un libro de  memorias de Ernesto Sábato,  cuenta que entró  de nuevo al museo del prado, pero, luego de su primera visita, se fijaba  solamente en un cuadro, lo veía con detenimiento, y nada más.  Uno pensaría, para qué carajos, vas a un museo repleto de arte a ver una sola pintura.  La respuesta podría ser  que, la realidad es sólo un momento, y cuanto más dure ese momento, más certeza se tendrá de haber estado dentro de la realidad.
Una noche, después de ver un documental sobre la elección de un nuevo papa, el conclave y toda esa fiesta de burocracia religiosa, me dormí pensando en todo el arte del Vaticano.  Inducido por estas imágenes, presumo, soñé que estaba dentro de la capilla Sixtina.  De mis estudios sobre la obra de Miguel Ángel, podría describir toda la capilla sin haber estado dentro ni una sola vez. En mi sueño, en efecto, vi todos los frescos de Miguel Ángel, y dentro del sueño, repetí la sensación que había tenido en el Louvre: tengo que hacer que esto dure más, respirar y sentir el aroma, fijarme en todos los detalles. Mi mente se encargó de eso.  Cuando desperté, como despierto todas las mañanas de domingo, logré recordar con nitidez los sueños.  Recordé ese sueño,  y paralelamente recordé mi experiencia del Louvre REAL,  y me percate de que, los dos recuerdos, gozaban de la misma nitidez, la nube de los recuerdos, donde flotan todas nuestras experiencias, no distingue un recuerdo de un sueño, del recuerdo de una realidad.  Qué los diferenciaba, nada, físicamente nada (si es que los sueños obedecen a principios físicos o químicos, digamos que  podría ser impulsos eléctricos en nuestras neuronas), lo único era que en mi mente, la idea de que uno era real y el otro sueño. Una idea. Cuantas veces no hemos confundido, el recuerdo de un sueño con un recuerdo de la vida real. Por ejemplo hemos dicho alguna vez: no recuerdo si eso fue real o lo soñé.  Inmediatamente, pensé en realizar un experimento, una suerte de Un sueño realizado, el cuento de Juan Carlos Onetti y comparar los recuerdos posteriormente.
Siempre me da por ver videos por Internet, me parece una maravilla que todos esos contenidos estén disponibles en cualquier momento.  Vi una entrevista que le hacian a Borges,  él decía que a sus ochenta y tantos años aun quería terminar de hacer algunas cosas, por ejemplo terminar unas traducciones, escribir algunos cuentos, y visitar china, haciendo énfasis en “visitar físicamente”, porque a través de los libros ya conocía china.
¿Habrá llegado el maestro Borges a hacer el viaje? No lo sé, y de haberlo hecho, ¿habrá sentido algo más en su visita física que en su visita imaginativa? No lo llegaré a saber, pero tratándose del gran maestro Borges, me atrevería a decir que los lugares que conoció en los libros siempre fueron mejores a los que “conoció” físicamente.
Ayer, reencontré al conocido del pasado,  el que no me gusta encontrar, estaba triste, casi en crisis,  era un pequeño bar en la Antigua, estaba sentado en una mesa donde se juega ajedrez, con un tequila a medio tomar. Me reconoció al entrar, yo iba con mi novia, en medio de su borrachera me llamo. Qué tal Herbert, ¿cómo estás amigo?, Háganme el honor de aceptar una copa. Le presenté a mi novia. Me comentó sobre su último viaje a Argentina, y que había tomado cerveza Quilmes y comido alfajores y había visto bailarines de tango, todo en “vivo”. Le conté que mi novia y yo, bailábamos tango, y me dijo, nadie baila tango como en Argentina.  Su afirmación, era una suerte de defensa, detecte en sus palabras un poco de envidia por mí.  Apuro su tequila y pidió otro. Nosotros pedimos mojitos. Me dijo: nada como un mojito de la habana, yo tome muchos en el mismo bar donde Hemingway los tomaba.  Todo en sus palabras, llevaba la intención de presumir y provocar envidia. Conforme se puso más borracho,  nos contó que su pareja había terminado con él, una extranjera, que había  conocido en su ONG, era una chica de veinte, francesa, había venido de vacaciones antes de entrar a estudiar química en la universidad de Paris. Lo dejó porque sus papas no le veían futuro con un simple maestro de escuela en Guatemala.  Tomó rápido otro tequila, se percibía su pesar en la forma que tomaba. Mi novia me apretó la mano.  Bajo su copita, y pidió otro, y agregó: la muy estúpida, me dijo que  podríamos seguir siendo amantes en Second Life, apuro el caballito de tequila y comenzó a llorar. Dejamos rápidamente la patética escena y salimos del lugar. Mi novia estaba más tranquila así, me comentó sobre su prima en Los Ángeles, que había sufrido un accidente cuando niña y había perdido ambas piernas.  Ella, pasaba  horas, metida en Second Life, ahí, según le había contado, era capaz de caminar, correr, tener amantes, negocios, interactuar como si todo fuera “real”.  Si tu amigo pudiera sentir lo que  mi prima, dijo, quizá sería feliz.  Yo termine de comprender todo.
¿Quién podría afirmar con seguridad que el mundo vivido, el imaginado y el soñado no son iguales cuando se convierten en recuerdos?

sábado, 15 de octubre de 2011

La tragedia infinita

Escribi este texto el año pasado, aunque en la relectura lo encontre un tanto dramatico, pero  sigue teniendo validez:

La tragedia infinita.

'El mundo en que vivo me repugna, pero me siento solidario con los hombres que sufren en él'. Camus
El jueves reciente, me senté a leer un libro de magnifico que había deseado por varios meses, La broma infinita.   Me interne en sus paginas  acompañado de un exquisito café de Huehuetenango y  de fondo escuchaba a  Julie London interpretando Cry me a river.  De pronto llego hasta mi tranquilidad el murmullo tormentoso de la televisión. Me levanté,  deje a medias el café y el libro abierto en la página veinte.  Era el noticiero de las nueve,  y los murmullos tormentosos no era otros que los de la tormenta Agatha y su paso destructor sobre Guatemala. No eran las primeras imágenes que veía sobre la catástrofe, ni siquiera fueron las primeras que me conmovieron, pero algo explotó en mí. Me sentí mal, terriblemente mal,  yo en mi confortable tranquilidad, y muchos guatemaltecos desprovistos de todo.
Recordé que justo la tarde anterior había leído superficialmente un correo electrónico donde se hacía una convocatoria para unirse al voluntariado de la USAC, era una oportunidad extraordinaria para colaborar.  Así que regrese a mi habitación, que me pareció más lúgubre, y releí el correo, había una salida para colaborar el día siguiente en Chinautla, lugar por cierto desconocido para mí.  Lo pensé un par de minutos y luego decidí que tenía que ir, que no podría seguir tomando mi café sin sentirme asqueroso y avergonzado. Prepare mochila, botas, guantes, gorra,  y otros implementos para realizar trabajo de campo.  Me acosté tarde pensando e imaginando lo que iba a encontrarme.
Desperté, y luego de un breve desayuno, emprendí el viaje a la Universidad, punto de encuentro. Fui a la tienda a comprar algunos vivieres para colaborar con la recaudación.
Al llegar al lugar solo temía algo, y es que no hubiera espacio para mí, que por el hecho de integrarme tarde a la causa no encontrara lugar en bus y no pudiera ir, quizá solo los que llegaban primero tendrían el privilegio.  No me alegre al percatarme de que había lugar, todo lo contrario me sentí un poco mal al observar que sobraba lugar y faltaba gente.
El camino fue lento  debido al trafico  en la ciudad y luego un derrumbe en un  camino paralelo al lago de Amatitlán que nos detuvo por mas de una hora. El viaje no fue aburrido sino muy gracioso, los jóvenes voluntarios de la facultad de agronomía,que eran los más,  se la pasaron contando sus chistes verdes, que no me causaban gracia por lo verde sino por la energía y entusiasmo con que los contaban.
Al llegar al lugar, que no era Chinautla sino un lugar cercano a Amatitlán, y ver la realidad, fue como caer en el centro de una pesadilla.  Un alud de gigantescas piedras  y lodo partió literalmente  decenas de casas,  y dejó a las familias sin nada. Los pocos que conservaron sus hogares, no podían habitarlos debido a que el lodo había entrado en ellas. Humildes hogares, inundados de lodo y tragedia.  La tarea de los voluntarios consistió en tomar palas, picos y azadones y sacar toda el lodo de las casas,  tarea que a primera viste me pareció fácil, pero que  resultó agotador,  siete personas trabajando duramente para sacar una capa de lodo de un metro  en una habitación que no superaba los nueve metros cuadrados.  Luego de tres horas de extenuante trabajo,  apenas logramos remover la quinta parte de aquel terrible lodo.  Mi espalda cansada, mis manos ampolladas y un sentimiento de impotencia en aumento.
Yo no tengo como agradecérselos, decía una anciana a la par de lo quedaba de su vivienda. No tenía que agradecer nada.  Dejé el lugar, y regresé a mi hogar, no sin algunas penas en el transporte y observar una balacera  donde perdió la vida otro chofer de bus urbano.
 Eso es Guatemala, un país en infinito sufrimiento.
La noche anterior pensé, que al regresar de contribuir con la gente, podría sentarme y cómodamente disfrutaría de mi café, de mi libro, del jazz. No fue así,  simplemente la empatía terminó de afianzarse en mi; al entrar a mi hogar lo sentí invadido del mismo lodo, destruido e inhabitable.
 Pensé en lo paradójico  de haber estado leyendo La broma infinita, y saber que Guatemala es  una suerte de  tragedia infinita, de haber estado escuchando Cry me a river, y  ver a la gente llorando por los ríos desbordados que se llevaron todo a su paso.
Toda la ayuda es necesaria  y valiosa decía una chica muy optimista, pensé en la actitud fatalista del guatemalteco, una suerte de masturbación de la conciencia, como comprar un BigMc en el McDia feliz y regresar a casa satisfechos de ser solidarios.   Pero yo soy pesimista por excelencia y se  que por un poco de ayuda la cosa no va a cambiar,   se que es necesario más  de parte de todos, una toma de conciencia verdadera,  un compromiso a corto, mediano y largo plazo con Guatemala, con la humanidad, con el mundo,  porque seguirán viniendo desgracias, y un día inevitablemente, de alguna forma, vendrán a nosotros.